Mi
escritura es mi sonrisa. Léelo otra vez porque no está escrito al revés (“mi
sonrisa es mi escritura”); tan sólo remarco esta diferencia para que puedas
entenderlo bien.
Mi
escritura es mi sonrisa, es decir, una herramienta de la cual me sirvo para
expresar; bien de dentro hacia fuera, o de fuera hacia dentro. Y reflexiona sobre
esto porque una sonrisa no tiene por qué ir siempre en la misma dirección.
También
se puede expresar con la ausencia, claro está. ¿Eso querría decir que si no
escribo no hay sonrisa? En principio no tiene por qué, de hecho es muy cierto
aquello de “donde duele inspira”. Pero la verdad es que a veces si la desdicha
interior es tan grande que no tienes ni ganas ni fuerzas de escribir entonces
preocúpate. ¿Por qué? Porque escribir siempre es una vía. ¿Una vía de qué? De
escape en su mayoría de las veces, al menos en mi caso. Es una fuente vital de
expresión para el escritor. Por ello hago el símil con la sonrisa, porque
considero que es una figura esencial a la hora de portar un sentimiento u otro,
a la hora de reflejar al exterior la cara auténtica o la fabricada.
Indaguemos
sobre esto, una sonrisa es sinónimo de felicidad, de alegría, de bienestar ¿no?
Sí, vale, es lo primero a lo que lo asociamos pero también existen las sonrisas
fingidas; aquellas que utilizamos para ocultar algo o bien para intentar
inútilmente engañar a nuestro propio cerebro. Por tanto, aquí empezamos a ser
conscientes de la complejidad que encierra en sí la frase protagonista de este
texto.
Si
mi escritura es mi sonrisa, con mi escritura expreso, con mi escritura libero y
con mi escritura guardo. Y aún así una sonrisa jamás se podrá escribir.
El marcapáginas del silencio.
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