***
Ese timbrazo se me metió como si fuera un mosquito de esos que te rondan
y tú los oyes como si zumbaran dentro de tu propio oído. Retumbando más de la
cuenta la cadena de huesecillos. ¿Quién de mi familia era tan cruel para
presentarse allí un domingo por la mañana? Porque estaba claro que por la
llamada era visita para mí y no para Anita, aunque tendría que haber sido al
revés, verás que risas.
-¿No vas a abrir?
-Mira no voy a preguntarte por qué
coño sigues en mi habitación pero sólo espero que no estés aquí cuando vuelva-
y acto seguido me levanté de un salto de la cama (a veces no sé de dónde saco
esa energía) y me dirigí descalza hacia el pasillo.
-Pero qué borde eres conmigo en serio.
Sonreí sin que pudiera verme y cerré
la puerta suavemente. Avancé seguida por la mirada felina de Neo y eché un
vistazo de pasada por el salón: todos sobando. Al alejarme un paso escuché un
murmullo quejicoso:
-¿Viene alguien?-me preguntó medio
adormilado. Me volví a asomar por la puerta y vi cómo semiincorporado en el
sofá comenzaba a frotarse un ojo izquierdo con el puño de la mano.
-Tranquilo yo me ocupo. Vosotros
seguid durmiendo.
Me asomé por la mirilla de puntillas y
la vi. “Oh, mi niña”.
-Ayer no me contaste que tuvieras una
hija- así de sopetón en mi oído y apoyando su barbilla en mi hombro para mirar
él también por la mirilla.
Dios ¿cómo demonios lo hacía? Era casi
igual de sigiloso que mi gato.
-Quita- dije con un movimiento rápido
de hombro y me reí- Es mi sobrina idiota.
-Y supongo que no te gustará que la
pobre se encuentre con todo este percal-me contestó muy acertadamente.
-Pues supones bien, a ver cómo lo
hago-me acerqué a la puerta y le hablé a Camila aún con ésta cerrada- ¡Ya voy
cielo!
-No voy a pasarla al salón ni a las
habitaciones así que métete donde puedas y no salgas ni hagas ruido-.
-Primero me dices que no entre a tu
habitación ahora que no salga…No hay quién entienda a las mujeres- se burló elevando las manos en un ademán tonto y encogiendo los hombros. Lo fulminé con la mirada torciendo el gesto y entonces continuó- Ya en serio, se me dan bien los niños, déjame a
mí.
-¿A ti?-dije incrédula- No pienso
dejar que te acerques a mi sobrina sin camiseta amigo- y le pellizqué acto
reflejo el pecho- Vamos escóndete.
-Como usted ordene- se resignó. Y por
supuesto en vez de meterse al salón con los demás volvió a mi habitación.
Abrí la puerta adecentándome el pelo
con los dedos.
-Perdona Camila, es que la tita aún
necesita una ducha y un buen desayuno para ser persona.
Mentira. Había engullido como tres
churros sólo para calmar la ansiedad de que Fede estuviese de nuevo en MI piso
jugando con Anita.
-Pues ya se ha pasado la hora de
desayunar. Son casi las 12 tita.
-Lo sé cariño ¿Sabe papá que estás aquí?
Su padre, como supondréis, era mi hermano.
-No, pero sé que te regañará si se
entera que te levantas a estas horas y no te alimentas.
-Muy buena nena- le reconocí a mi
sobrina de tan sólo 9 años que a veces me daba la impresión que superaba en
inteligencia a muchos de los adultos que conocía.
La conversación se desarrolló en el pasillo mientras Camila saludaba
agachada a Neo con una mano y con la otra sujetaba la bolsita del pan. Por
suerte había cerrado todas las puertas.
-No quiero hacer mucho ruido, Anita
aún sigue durmiendo- le informé- ¿Quieres algo de beber o vas a llevar ya el
pan a casa?-Pedí a alguien que por favor le entraran ganas sólo de saludar y se
fuera corriendo escalones abajo como otras tantas veces. Era mi única sobrina,
la adoraba y me sabía muy mal echarla indirectamente de casa para que su inocente
mente no se llevara malas impresiones.
-Sólo un poco de agua- me contestó
incorporándose y enrollándose el mechón sobrante de una de sus trenzas rubias
en el dedo. Realmente era adorable.
-Venga ven- le indiqué, guiándola
hasta la cocina- ¿Te las ha hecho la abuela?
-Me las he hecho yo sola, pero ella me
ha dado su visto bueno.
-Vaya, tú sola. A ver cuándo me haces
a mi alguna.
-Pero tú tienes el pelo mucho más
largo tita- me contestó con todo el convencimiento del mundo mientras colgaba
de un asa la bolsa del pan en una silla.
-Y más oscuro Camila, a las rubias os
quedan mucho mejor- dije tendiéndole el vaso de agua y guiñándole un ojo.
Apuró el vaso de un trago que casi la
deja sin aliento y con su puro nervio de siempre dejo el vaso sobre la mesa,
agarró la bolsa y depositó un beso húmedo en mi mejilla alzando los brazos para
alcanzar mi cuello.
-¡Me voy para no preocupar a la
abuela! ¡Adiós Neo! ¡Adiós tita!
-Alee rubia- me despedí con una
sonrisa al ver como mi pequeño correcaminos ya andaba por la puerta de la
entrada. “Uff por poco”.
Me disponía ya a girar la esquina del pasillo cuando oí de
nuevo su vocecilla:
-¡Y mañana te hago la trenza!
Reí con ganas. Escuché cerrar la
puerta y atrapé a Neo por el camino. Menos mal que lo tenía a él para
distraerla y no le había dado por curiosear. Mientras tanto mi gato me miraba
sin entender con esos ojazos verdes y sus bigotes blancos partidos.
-Tienes una sobrina muy guapa, una
pena que no te parezcas a ella- me dijo jocoso apoyando el codo sobre el marco
de la puerta de mi habitación.
Puse los ojos en blanco.
-Sal de ahí. YA.
El marcapáginas del silencio.
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