viernes, 13 de junio de 2014

***
     Nueve menos cinco de la mañana. Giró el picaporte con la máxima suavidad posible para evitar hacer ruido.

     Anita ya estaba profundamente dormida. Invadida en una paz plena, de espaldas a la puerta donde él se encontraba. No se lo pensó más de cinco segundos, cerró con cuidado y terminó de adentrarse en la habitación. Sus ojos empezaron a acostumbrarse a la poca luz que había en el dormitorio, aunque si bien era cierto Ana no se había molestado en bajar del todo la persiana. Dio un paso más hacia delante y reparó en un detalle: media pierna sobresalía entre las sábanas blancas; expuesta a la intemperie justo de rodilla para abajo. Fue como un impulso, casi sin darse cuenta había colocado el dedo índice sobre el borde de su talón y con una suave caricia ascendente dibujó una línea recta por su pierna. Paró justo al llegar a la zona cubierta y se quedó muy quieto, meditabundo y aún de pie frente a la cama. Anita se estremeció. Él lo notó en una pequeña sacudida del pie de ella y supo que la había despertado. A sabiendas de lo asustadiza que era se sentó en un movimiento rápido junto a su cuerpo caliente y posó su mano sobre el hombro desnudo de Ana.

-Tranquila, soy yo- susurró casi imperceptiblemente.

     Ana giró la cabeza hacia su voz con los ojos aún entrecerrados:

-¿Qué pasa?-consiguió articular lentamente dentro de su profundo sopor.

-No pasa nada, todo está bien- le contestó Fede con voz suave.

    Vio como parpadeó unas tres veces en un intento por conectar con la realidad que la rodeaba. Y cuando lo consiguió pudo ver sus ojos azules mirándolo sorprendidos y a la vez en guardia.

-¿Qué haces aquí?

-Tenía que hablar contigo.

-¿Más?-preguntó Ana mientras se incorporaba  y se maldecía por haber sido una perezosa y no haberse ni desmaquillado antes de acostarse. Seguro que sus pintas dejaban mucho que desear. Sentada sobre la cama se apoyó sobre el cabecero blanco y encogió las rodillas llevándoselas al pecho mientras esperaba su respuesta.

     Pasó un largo rato, o al menos así se lo pareció a ella, sin que Fede dijera una sola palabra. Allí sentado a su lado mirándola a los ojos. Anita no podía dejar de pensar en que él debía estar percatándose de su lamentable estado. Apartó la mirada, confusa. También se le estaba pasando por la cabeza la de veces que él había estado allí siendo su novio y ¿ahora qué? Todo era tan distinto. ¿Por qué se había venido con ellos? ¿Por qué esa insistencia en mostrarse tan simpático como si fuera un amigo más?

-Es que…-comenzó a decir por fin-.Quería estar seguro de que no te he molestado viniendo aquí. Supongo que no lo pensé lo suficiente.

-Ah, es eso.

-Yo quiero que nos llevemos bien, no soy amigo de los reproches ni de los rencores Anita.

-Claro-contestó algo decepcionada-No te preocupes, como me has dicho al despertarme: “todo está bien”-y sonrió, con una sonrisa más forzada que falsa o al revés. Ni ella misma lo sabía bien.

-Ven.

     Y en esa sola sílaba la atrajo hacia sí. Aquello fue demasiado para Ana. Hasta entonces, por la escasa luz de la habitación, (y también el hecho de que había evitado su mirada) no se había percatado de que Fede estaba sin camiseta. Y ahora tenía su pecho latiendo bajo su mejilla. De hecho la única prenda que llevaba puesta eran los vaqueros oscuros de anoche. Él la besó en el pelo y empezó a juguetear con una onda.

-No me lo pongas tan difícil- era lo primero sincero que le decía desde que lo había visto ayer por la noche. Y se apartó un poco de él, aunque no de golpe.

     Se le había quedado metido en la nariz su aroma, el tacto de su piel, y para colmo Fede no había retirado una mano que sujetaba la parte baja de su espalda y que le estaba quemando.

     No supo qué decir, sólo pudo ver su mirada aturdida. Entonces dirigió su mano hacia la cara de ella. La posó sobre un lateral y con el pulgar le cerró suavemente un párpado.

-Oh, ya, debo estar llena de churretes-murmuró Ana.

-Qué va, sólo es uno negro justo aquí- le sonrió él.

     Pasó unas tres veces su pulgar sobre el párpado cerrado y obediente de ella. Y cuando terminó su labor no retiró la mano sino que mientras la contemplaba con los ojos cerrados bajó escurriendo su pulgar por la mejilla de Ana.

     Ella no comprendía nada. De hecho en ese momento su mente era tal caos que no podía pensar con normalidad.

     Ana estaba preciosa. Seguía teniendo esos ojos azules tan llenos de cielo. Y su piel ahora bajo su dedo, era igual de suave que antes, como siempre. Notó como ella hacía una fuerte inspiración por la boca y no pudo apartar la vista de sus labios entreabiertos.

     Pasó su mano izquierda libre por su pelo, retirando uno de sus mechones y agarró finalmente su cabeza depositando su pulgar sobre el cuello. Ella continuaba con los ojos cerrados pero, tras un instante en que él acortó la distancia entre sus rostros, los abrió.

     Se miraron tan cerca. Pupilas y aliento, no había nada más en el ambiente. Ana deslizó su mirada azul hacia los labios de él, y en ese solo gesto notó como le ardía el pecho bajo la tela del camisón. Alargó las manos hacia Fede, una se quedó en su pecho y la otra sobre su cuello. Lo miró en busca de una respuesta. Nada, sólo calor. Y no pudo contenerse.

     Dejó un suave beso sobre su mejilla izquierda, luego otro liviano sobre la derecha. Bajó su cabeza aún con las manos de él sobre ella para besar su barbilla, notando en éste el roce de su barba incipiente. Y, por último, subió un poco para rozar su nariz con la punta de la de él al tiempo que exhalaba involuntariamente un aire caliente sobre los labios de Fede.

     Él tiró un poco de su pelo para girar la cabeza de ella y dejar expuesta la piel desnuda de su cuello que no dudó en besar. Beso tras beso más profundo hasta hundirse en el hueco que albergaba el latido acelerado de Ana. Su mano derecha ya no sujetaba su cara, se había ido a dar un paseo por el sendero de sus sábanas el cual exploró audazmente hasta reunirse con el muslo de ella. Hasta pudo rozar la puntilla del camisón corto con la punta de los dedos.

     Entonces Ana entrelazó sus brazos por detrás de su cuello en un movimiento rápido y coló su lengua por la boca de él. Fede la recibió al principio despacio, repasando cada rincón como si en todo el tiempo que llevaban sin verse pudiera encontrar algo nuevo. Saboreando cada tramo a medida que la intensidad se hacía más fuerte. Ana salió un segundo de su boca tan sólo para morderle el labio inferior y estirarlo, ansiosa de él, de todo. A lo que Fede respondió acercándola de golpe a su figura con una mano en su nuca y otra metiéndose por detrás de su camisón, subiendo en una caricia hasta agarrar firmemente su nalga. Ella jadeo ante el movimiento inesperado. Continuaron besándose y Ana arañó de ganas sus deltoides y después sitúo sus manos sobre la espalda de Fede. Cogiéndose de ella con fuerza, cayendo en la cuenta de cuánto había añorado esa espalda.

-Ana, para. Para porque después no voy a poder pararme- le susurró apoyado en su sien cogiendo aire.


-No voy a querer que pares.

El marcapáginas del silencio.

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