***
Nueve menos cinco de la mañana. Giró el picaporte con la máxima suavidad
posible para evitar hacer ruido.
Anita ya estaba profundamente dormida. Invadida en una paz plena, de
espaldas a la puerta donde él se encontraba. No se lo pensó más de cinco
segundos, cerró con cuidado y terminó de adentrarse en la habitación. Sus ojos
empezaron a acostumbrarse a la poca luz que había en el dormitorio, aunque si
bien era cierto Ana no se había molestado en bajar del todo la persiana. Dio un
paso más hacia delante y reparó en un detalle: media pierna sobresalía entre
las sábanas blancas; expuesta a la intemperie justo de rodilla para abajo. Fue
como un impulso, casi sin darse cuenta había colocado el dedo índice sobre el
borde de su talón y con una suave caricia ascendente dibujó una línea recta por
su pierna. Paró justo al llegar a la zona cubierta y se quedó muy quieto,
meditabundo y aún de pie frente a la cama. Anita se estremeció. Él lo notó en
una pequeña sacudida del pie de ella y supo que la había despertado. A
sabiendas de lo asustadiza que era se sentó en un movimiento rápido junto a su
cuerpo caliente y posó su mano sobre el hombro desnudo de Ana.
-Tranquila, soy yo- susurró casi
imperceptiblemente.
Ana giró la cabeza hacia su voz con
los ojos aún entrecerrados:
-¿Qué pasa?-consiguió articular
lentamente dentro de su profundo sopor.
-No pasa nada, todo está bien- le
contestó Fede con voz suave.
Vio como parpadeó unas tres veces en un intento por conectar con la
realidad que la rodeaba. Y cuando lo consiguió pudo ver sus ojos azules
mirándolo sorprendidos y a la vez en guardia.
-¿Qué haces aquí?
-Tenía que hablar contigo.
-¿Más?-preguntó Ana mientras se
incorporaba y se maldecía por haber sido
una perezosa y no haberse ni desmaquillado antes de acostarse. Seguro que sus
pintas dejaban mucho que desear. Sentada sobre la cama se apoyó sobre el
cabecero blanco y encogió las rodillas llevándoselas al pecho mientras esperaba
su respuesta.
Pasó un largo rato, o al menos así se lo pareció a ella, sin que Fede
dijera una sola palabra. Allí sentado a su lado mirándola a los ojos. Anita no
podía dejar de pensar en que él debía estar percatándose de su lamentable
estado. Apartó la mirada, confusa. También se le estaba pasando por la cabeza
la de veces que él había estado allí siendo su novio y ¿ahora qué? Todo era tan
distinto. ¿Por qué se había venido con ellos? ¿Por qué esa insistencia en
mostrarse tan simpático como si fuera un amigo más?
-Es que…-comenzó a decir por
fin-.Quería estar seguro de que no te he molestado viniendo aquí. Supongo que
no lo pensé lo suficiente.
-Ah, es eso.
-Yo quiero que nos llevemos bien, no
soy amigo de los reproches ni de los rencores Anita.
-Claro-contestó algo decepcionada-No
te preocupes, como me has dicho al despertarme: “todo está bien”-y sonrió, con
una sonrisa más forzada que falsa o al revés. Ni ella misma lo sabía bien.
-Ven.
Y en esa sola sílaba la atrajo hacia sí. Aquello fue demasiado para Ana.
Hasta entonces, por la escasa luz de la habitación, (y también el hecho de que
había evitado su mirada) no se había percatado de que Fede estaba sin camiseta.
Y ahora tenía su pecho latiendo bajo su mejilla. De hecho la única prenda que llevaba puesta eran los vaqueros oscuros de anoche. Él la besó en el pelo y empezó
a juguetear con una onda.
-No me lo pongas tan difícil- era lo
primero sincero que le decía desde que lo había visto ayer por la noche. Y se
apartó un poco de él, aunque no de golpe.
Se le había quedado metido en la nariz su aroma, el tacto de su piel, y
para colmo Fede no había retirado una mano que sujetaba la parte baja de su
espalda y que le estaba quemando.
No supo qué decir, sólo pudo ver su mirada aturdida. Entonces dirigió su
mano hacia la cara de ella. La posó sobre un lateral y con el pulgar le cerró suavemente
un párpado.
-Oh, ya, debo estar llena de
churretes-murmuró Ana.
-Qué va, sólo es uno negro justo aquí-
le sonrió él.
Pasó unas tres veces su pulgar sobre el párpado cerrado y obediente de
ella. Y cuando terminó su labor no retiró la mano sino que mientras la contemplaba
con los ojos cerrados bajó escurriendo su pulgar por la mejilla de Ana.
Ella no comprendía nada. De hecho en ese momento su mente era tal caos
que no podía pensar con normalidad.
Ana estaba preciosa. Seguía teniendo esos ojos azules tan llenos de
cielo. Y su piel ahora bajo su dedo, era igual de suave que antes, como
siempre. Notó como ella hacía una fuerte inspiración por la boca y no pudo
apartar la vista de sus labios entreabiertos.
Pasó su mano izquierda libre por su pelo, retirando uno de sus mechones y
agarró finalmente su cabeza depositando su pulgar sobre el cuello. Ella continuaba
con los ojos cerrados pero, tras un instante en que él acortó la distancia
entre sus rostros, los abrió.
Se miraron tan cerca. Pupilas y aliento, no había nada más en el
ambiente. Ana deslizó su mirada azul hacia los labios de él, y en ese solo
gesto notó como le ardía el pecho bajo la tela del camisón. Alargó las manos
hacia Fede, una se quedó en su pecho y la otra sobre su cuello. Lo miró en
busca de una respuesta. Nada, sólo calor. Y no pudo contenerse.
Dejó un suave beso sobre su mejilla izquierda, luego otro liviano sobre
la derecha. Bajó su cabeza aún con las manos de él sobre ella para besar su
barbilla, notando en éste el roce de su barba incipiente. Y, por último, subió
un poco para rozar su nariz con la punta de la de él al tiempo que exhalaba
involuntariamente un aire caliente sobre los labios de Fede.
Él tiró un poco de su pelo para girar la
cabeza de ella y dejar expuesta la piel desnuda de su cuello que no dudó en
besar. Beso tras beso más profundo hasta hundirse en el hueco que albergaba el
latido acelerado de Ana. Su mano derecha ya no sujetaba su cara, se había ido a
dar un paseo por el sendero de sus sábanas el cual exploró audazmente hasta reunirse
con el muslo de ella. Hasta pudo rozar la puntilla del camisón corto con la
punta de los dedos.
Entonces
Ana entrelazó sus brazos por detrás de su cuello en un movimiento rápido y coló
su lengua por la boca de él. Fede la recibió al principio despacio, repasando
cada rincón como si en todo el tiempo que llevaban sin verse pudiera encontrar
algo nuevo. Saboreando cada tramo a medida que la intensidad se hacía más
fuerte. Ana salió un segundo de su boca tan sólo para morderle el labio
inferior y estirarlo, ansiosa de él, de todo. A lo que Fede respondió
acercándola de golpe a su figura con una mano en su nuca y otra metiéndose por
detrás de su camisón, subiendo en una caricia hasta agarrar firmemente su nalga. Ella jadeo ante el movimiento inesperado. Continuaron besándose y Ana arañó de ganas sus deltoides y después
sitúo sus manos sobre la espalda de Fede. Cogiéndose de ella con fuerza, cayendo
en la cuenta de cuánto había añorado esa espalda.
-Ana,
para. Para porque después no voy a poder pararme- le susurró apoyado en su sien
cogiendo aire.
-No voy a
querer que pares.
El marcapáginas del silencio.
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