Capítulo IV
Con la baguette
recién hecha bajo el brazo Camila atravesaba la Calle Palomar cuando se le cruzó una alegre mariposa amarilla a la
izquierda de su hombro. Dio un paso más cavilando en su menuda cabecita que la
gente decía que las mariposas blancas daban buena suerte, pero ¿y las amarillas?
¿Qué efecto tenían? ¿Fortuna? ¿Mala suerte? ¿Energía? Y en eso andaba hasta que
segundos después de la visión de la mariposa escuchó por un telefonillo
sonoramente como una mujer llamaba sin cesar (más que llamar eran alaridos):
-¡Manooooolo! ¡Manoooloo!
¡MANOOOLOOOO!
Y a su atolondrada imaginación no le
ocurrió otra cosa que pensar que sí, que era él; el ansiado Manolo se había
reencarnado en esa mariposa amarilla huyendo de los gritos de su mujer y
buscando su libertad.
Pensaréis que para que alguien se monte
semejante película tiene que estar o muy aburrida o muy loca. Pues bien, la
respuesta es un poco de las dos. Se trata de la mezcla perfecta para desatar la
imaginación de los niños, y la de Camila no tenía pérdida.
Subía
las escaleras precipitadamente para contarle la anécdota a su tía; pero no de
dos en dos, eso ya era demasiado pedir a no ser que quisiese aterrizar de boca
en el felpudo “Sweet Home” que acaba
de adquirir Anita hace unos días. A medida que subía los escalones como un
correcaminos, sus trenzas doradas se elevaban como las combas de los patios de
colegio y sus ojillos vidriosos ya avistaban la meta. Cuando llegó, dejo el
dedo pegado al timbre durante 6 segundos y seguidamente llamó de nuevo en un
rápido toque. Esa era su llamada secreta, así su tía podía reconocer claramente
que quien se encontraba al otro lado de la puerta era miembro de su familia;
porque bueno, todos la conocían muy bien, y sabían que a menudo se hacía la
remolona y no había quién la levantara para abrir.
El marcapáginas del silencio.
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