miércoles, 11 de junio de 2014

Capítulo IV

     Con la baguette recién hecha bajo el brazo Camila atravesaba la Calle Palomar cuando se le cruzó una alegre mariposa amarilla a la izquierda de su hombro. Dio un paso más cavilando en su menuda cabecita que la gente decía que las mariposas blancas daban buena suerte, pero ¿y las amarillas? ¿Qué efecto tenían? ¿Fortuna? ¿Mala suerte? ¿Energía? Y en eso andaba hasta que segundos después de la visión de la mariposa escuchó por un telefonillo sonoramente como una mujer llamaba sin cesar (más que llamar eran alaridos):

-¡Manooooolo! ¡Manoooloo! ¡MANOOOLOOOO!

     Y a su atolondrada imaginación no le ocurrió otra cosa que pensar que sí, que era él; el ansiado Manolo se había reencarnado en esa mariposa amarilla huyendo de los gritos de su mujer y buscando su libertad.

     Pensaréis que para que alguien se monte semejante película tiene que estar o muy aburrida o muy loca. Pues bien, la respuesta es un poco de las dos. Se trata de la mezcla perfecta para desatar la imaginación de los niños, y la de Camila no tenía pérdida.


   Subía las escaleras precipitadamente para contarle la anécdota a su tía; pero no de dos en dos, eso ya era demasiado pedir a no ser que quisiese aterrizar de boca en el felpudo “Sweet Home” que acaba de adquirir Anita hace unos días. A medida que subía los escalones como un correcaminos, sus trenzas doradas se elevaban como las combas de los patios de colegio y sus ojillos vidriosos ya avistaban la meta. Cuando llegó, dejo el dedo pegado al timbre durante 6 segundos y seguidamente llamó de nuevo en un rápido toque. Esa era su llamada secreta, así su tía podía reconocer claramente que quien se encontraba al otro lado de la puerta era miembro de su familia; porque bueno, todos la conocían muy bien, y sabían que a menudo se hacía la remolona y no había quién la levantara para abrir.


El marcapáginas del silencio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario