Capítulo V
Volviendo de nuevo a la noche “frenética”, quizás os preguntaréis como
acabó todo, aparte de en mi piso.
Me volví a reunir con el grupo (que ya iban seguro por la enésima ronda
de chupitos) e intenté olvidarme del tema de Anita y Fede. Me reí con las chicas
recordando viejas anécdotas de la universidad y bailé hasta no sentir los pies.
Y efectivamente en eso me encontraba, de lleno en mi paso estudiado de salsa
cuando Hugo se me acercó y me preguntó al oído:
-Oye ¿dónde se ha metido Ana?
Pobrecito. Me miraba con esos ojos verdes curiosos que por alguna razón
inexplicable me recordaba a mi gato cuando me veía abriendo una latilla de
atún.
-Se ha entretenido con unos amigos en
el baño, ahora vendrá- le dije como pude entre el “chunda chunda” de fondo de la discoteca.
¿Y
qué iba a decirle? “Nada, que se ha encontrado con su ex y ahora mismo se
estarán comiendo la boca”. Pues no, no lo veía legal. Además no querría
cerrarle esa puerta a Anita, confiaba en que recobrara la cordura a tiempo.
Entonces como en una invocación mental apareció ella, con su melena
ondulada color chocolate y una carita de “no me comas por favor” dedicada
claramente a mí.
En un rápido vistazo miré a ambos lados de la figura de mi amiga
examinando calculadoramente que no hubiese enemigos a la vista (lo que viene
siendo Fede, vamos). No me dio tiempo a echarle la bronca del siglo cuando
Anita llegó hasta mi lado porque enseguida nos reclamaron en la barra. Al
parecer al verla llegar Hugo había pedido una ronda a modo de recibimiento y
encima nos salió gratis porque conocían a ese camarero.
Estábamos tan felices (y tanto y tanto, con todo ese alcohol en el
cuerpo no se nos iba la sonrisa tonta de la cara ni para atrás) y tranquilos
que, cómo no, se tenía que volver a torcer la noche por culpa del mismo
gilipollas. Sin comerlo ni beberlo el grupito de Fede y sus amigos se
encontraban al lado nuestra y, para mi gran desgracia, Sergio se acercó a
saludarlo. Genial. Fantástico. ¿Por qué demonios el mundo era un puto pañuelo?
Resulta que se conocían de haber
jugado a fútbol juntos. Qué bien. El caso es que por culpa de esa excusa
perfecta para Fede acabamos todos juntos en amor y compañía saliendo de la
discoteca.
Anita es de esas chicas a las que el fútbol les trae sin cuidado y por
no saber no sabía ni lo que era sacar de banda ni mucho menos el significado de
fuera de juego. Y ahí estaba la pobre
con cara de póquer escuchando como su ex y los chicos que acababa de conocer
iban haciendo migas.
Por fin llegábamos al parking donde yo albergaba la esperanza de que
todos nos dispersásemos y tuviéramos un final feliz. Las chicas contábamos con
un coche y por supuesto la única que estaba en condiciones de conducir era mi
amiga Mariel que sólo había bebido un par de cervezas al comienzo de la noche.
Yo ya olía a despedida en el ambiente y aún achispada saboreaba el
triunfo de una noche sin incidentes hasta que apareció en escena algo que yo no
esperaba. O más bien, alguien. Hugo y Sergio enseguida entablaron conversación
con él; que por cierto tenía el coche aparcado a dos plazas del Ford Fiesta
azul eléctrico de Mariel. Gesto que por supuesto Fede aprovechó para acercarse
a Anita ya que sus amigos se alejaban de la escena. ¿Por qué tenía que quedarse
con nosotros? Preguntas estúpidas que me hacía y de las cuales sabía muy bien
la respuesta. Parece que a todos los ex les va lo mismo: joder.
Por la conversación que mantenían los chicos con el desconocido advertí
que se trataba del camarero que nos había invitado anteriormente y al cual le
estaban agradeciendo el gesto.
-Mira que te imaginaba de todas formas
pero ¿poniendo copas? ¿Tú? ¿Qué ha sido del tío que yo conocía?
-Ya ves,era majete pero hay que hacer de todo en esta
vida.
Y entonces algo hizo “click” en mi
cabeza embotada y cabreada a la vez.
-Espera Said te presentamos a las
chicas-intervino Sergio.
Se colocaron junto al Ford Fiesta y
entonces lo vi. Pues claro. “Creo que a una no va a hacer falta” me pareció
escucharle por lo bajini. Así que el camarero que me había aconsejado
mantenerme fuera del alcance se llamaba Said y conocía a los chicos. Pues eso,
un puto pañuelo.
Y tal coincidencia no me hubiese
importado si después del ritual cordial de besos con desgana todos nos
hubiésemos ido a casa tan contentos. Pero no, al chaval se le ocurrió una gran
idea.
-¿Sabéis que os digo? Que como me he
librado de cerrar os invito a todos a desayunar chocolate con churros para
sentar el estómago. ¿Qué decís?
A Mariel se le iluminaron los ojos,
adoraba el dulce. Mierda otro rato más para aguantar a Fede.
-¿Dónde hay qué firmar?
-Esperad esperad, ya que ahora disponemos
de dos coches, veniros a nuestro piso y nos los tomamos allí tranquilamente
¿no? Hablo por todas si digo que tenemos los pies hechos polvo de los tacones.
Así desayunamos cómodos y hasta echamos un sueño si queréis.
¡¿Qué?!¡¿Qué?! No podía creer lo que
estaban escuchando mis oídos pero era más que cierto. “Ogggg”, Anita y su estúpida manía de ser la anfitriona perfecta.
Pues ahí lo tenéis, las 7 personas de
las que hablaba (porque al final Mariel tuvo que llevarse a mis dos amigas
cuyos estómagos no estaban para más juerga, ya me entendéis). Así que, en
resumen: Sandro, Sergio y Hugo, Fede y Anita y hasta el camarero en mi piso.
Ole.
Después de desayunar me compadecí un poco de ellos porque sabía el
cansancio que arrastraban. Ayudé a Anita a habilitar el salón para los cuatro machotes colocando un colchón en el suelo que dos de ellos tendrían que compartir junto
con los dos sofás. Por supuesto me negaba en redondo a que cualquiera se
metiera en mi habitación. Mi cama era sagrada y punto. Y aunque a Sergio y
Sandro sí les dio por hacerme la bromita-indirecta de meterse en MI cuarto y en
MI cama, se callaron en cuanto les contesté una bordería. Lo reconozco, soy más
territorial que un animal salvaje con mis cosas.
Pero para qué lo voy a ocultar, estaba de ese humor de perros porque
Fede estaba allí y porque aunque él no hubiese soltado ninguna bromita era el
más peligroso. Sabía que iba a intentar algo en cuanto saliese por la
puerta. Y lo peor, yo no podía evitarlo. La única que podía hacer algo al
respecto era Ana y, dudaba mucho que su voluntad no flaqueara a la hora de
pararle los pies.
Entré a mi habitación refunfuñando para mis adentros. Y una vez me
deshice del vestido rojo y, sobre todo de los tacones, me puse a desmaquillarme.
Concentrada en retirar todo el negro mapache de alrededor de mis ojos, estaba
al mismo tiempo atenta a cualquier ruido sospechoso. Como aguardando a la
presa. Sí sí, borracha y obsesa. Qué le vamos a hacer, era mi amiga y la
quería. Estaba harta de que le hicieran daño y supongo que a eso he dedicado y
dedicaré mi instinto maternal.
Escuché la risa de Sandro proveniente del salón, hasta capté la última
parte del chiste malo que había soltado Sergio, y después: silencio. Aproveché
esa pausa para ir al baño a cepillarme los dientes, no soportaba tener la boca
pastosa. Y a pesar del ruido de mi cepillo eléctrico sentí que alguien había
cruzado el pasillo. Podía haber sido perfectamente Neo jugando con su
ratoncillo rojo de juguete o incluso paranoias mías. Así pues, intenté alejar la idea
de la cabeza y me dirigí de vuelta a mi habitación.
***
El marcapáginas del silencio.
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