viernes, 13 de junio de 2014

Capítulo V

     Volviendo de nuevo a la noche “frenética”, quizás os preguntaréis como acabó todo, aparte de en mi piso.

     Me volví a reunir con el grupo (que ya iban seguro por la enésima ronda de chupitos) e intenté olvidarme del tema de Anita y Fede. Me reí con las chicas recordando viejas anécdotas de la universidad y bailé hasta no sentir los pies. Y efectivamente en eso me encontraba, de lleno en mi paso estudiado de salsa cuando Hugo se me acercó y me preguntó al oído:

-Oye ¿dónde se ha metido Ana?

     Pobrecito. Me miraba con esos ojos verdes curiosos que por alguna razón inexplicable me recordaba a mi gato cuando me veía abriendo una latilla de atún.

-Se ha entretenido con unos amigos en el baño, ahora vendrá- le dije como pude entre el “chunda chunda” de fondo de la discoteca.

     ¿Y qué iba a decirle? “Nada, que se ha encontrado con su ex y ahora mismo se estarán comiendo la boca”. Pues no, no lo veía legal. Además no querría cerrarle esa puerta a Anita, confiaba en que recobrara la cordura a tiempo.

     Entonces como en una invocación mental apareció ella, con su melena ondulada color chocolate y una carita de “no me comas por favor” dedicada claramente a mí.

   En un rápido vistazo miré a ambos lados de la figura de mi amiga examinando calculadoramente que no hubiese enemigos a la vista (lo que viene siendo Fede, vamos). No me dio tiempo a echarle la bronca del siglo cuando Anita llegó hasta mi lado porque enseguida nos reclamaron en la barra. Al parecer al verla llegar Hugo había pedido una ronda a modo de recibimiento y encima nos salió gratis porque conocían a ese camarero.

     Estábamos tan felices (y tanto y tanto, con todo ese alcohol en el cuerpo no se nos iba la sonrisa tonta de la cara ni para atrás) y tranquilos que, cómo no, se tenía que volver a torcer la noche por culpa del mismo gilipollas. Sin comerlo ni beberlo el grupito de Fede y sus amigos se encontraban al lado nuestra y, para mi gran desgracia, Sergio se acercó a saludarlo. Genial. Fantástico. ¿Por qué demonios el mundo era un puto pañuelo?

   Resulta que se conocían de haber jugado a fútbol juntos. Qué bien. El caso es que por culpa de esa excusa perfecta para Fede acabamos todos juntos en amor y compañía saliendo de la discoteca.

     Anita es de esas chicas a las que el fútbol les trae sin cuidado y por no saber no sabía ni lo que era sacar de banda ni mucho menos el significado de fuera de juego. Y ahí estaba la pobre con cara de póquer escuchando como su ex y los chicos que acababa de conocer iban haciendo migas.

     Por fin llegábamos al parking donde yo albergaba la esperanza de que todos nos dispersásemos y tuviéramos un final feliz. Las chicas contábamos con un coche y por supuesto la única que estaba en condiciones de conducir era mi amiga Mariel que sólo había bebido un par de cervezas al comienzo de la noche.

     Yo ya olía a despedida en el ambiente y aún achispada saboreaba el triunfo de una noche sin incidentes hasta que apareció en escena algo que yo no esperaba. O más bien, alguien. Hugo y Sergio enseguida entablaron conversación con él; que por cierto tenía el coche aparcado a dos plazas del Ford Fiesta azul eléctrico de Mariel. Gesto que por supuesto Fede aprovechó para acercarse a Anita ya que sus amigos se alejaban de la escena. ¿Por qué tenía que quedarse con nosotros? Preguntas estúpidas que me hacía y de las cuales sabía muy bien la respuesta. Parece que a todos los ex les va lo mismo: joder.

     Por la conversación que mantenían los chicos con el desconocido advertí que se trataba del camarero que nos había invitado anteriormente y al cual le estaban agradeciendo el gesto.

-Mira que te imaginaba de todas formas pero ¿poniendo copas? ¿Tú? ¿Qué ha sido del tío que yo conocía?

-Ya ves,era majete pero hay que hacer de todo en esta vida.

Y entonces algo hizo “click” en mi cabeza embotada y cabreada a la vez.

-Espera Said te presentamos a las chicas-intervino Sergio.

     Se colocaron junto al Ford Fiesta y entonces lo vi. Pues claro. “Creo que a una no va a hacer falta” me pareció escucharle por lo bajini. Así que el camarero que me había aconsejado mantenerme fuera del alcance se llamaba Said y conocía a los chicos. Pues eso, un puto pañuelo.

     Y tal coincidencia no me hubiese importado si después del ritual cordial de besos con desgana todos nos hubiésemos ido a casa tan contentos. Pero no, al chaval se le ocurrió una gran idea.

-¿Sabéis que os digo? Que como me he librado de cerrar os invito a todos a desayunar chocolate con churros para sentar el estómago. ¿Qué decís?

A Mariel se le iluminaron los ojos, adoraba el dulce. Mierda otro rato más para aguantar a Fede.

-¿Dónde hay qué firmar?

-Esperad esperad, ya que ahora disponemos de dos coches, veniros a nuestro piso y nos los tomamos allí tranquilamente ¿no? Hablo por todas si digo que tenemos los pies hechos polvo de los tacones. Así desayunamos cómodos y hasta echamos un sueño si queréis.

¡¿Qué?!¡¿Qué?! No podía creer lo que estaban escuchando mis oídos pero era más que cierto. “Ogggg”, Anita y su estúpida manía de ser la anfitriona perfecta.

     Pues ahí lo tenéis, las 7 personas de las que hablaba (porque al final Mariel tuvo que llevarse a mis dos amigas cuyos estómagos no estaban para más juerga, ya me entendéis). Así que, en resumen: Sandro, Sergio y Hugo, Fede y Anita y hasta el camarero en mi piso. Ole.

     Después de desayunar me compadecí un poco de ellos porque sabía el cansancio que arrastraban. Ayudé a Anita a habilitar el salón para los cuatro machotes colocando un colchón en el suelo que dos de ellos tendrían que compartir junto con los dos sofás. Por supuesto me negaba en redondo a que cualquiera se metiera en mi habitación. Mi cama era sagrada y punto. Y aunque a Sergio y Sandro sí les dio por hacerme la bromita-indirecta de meterse en MI cuarto y en MI cama, se callaron en cuanto les contesté una bordería. Lo reconozco, soy más territorial que un animal salvaje con mis cosas.

     Pero para qué lo voy a ocultar, estaba de ese humor de perros porque Fede estaba allí y porque aunque él no hubiese soltado ninguna bromita era el más peligroso. Sabía que iba a intentar algo en cuanto saliese por la puerta. Y lo peor, yo no podía evitarlo. La única que podía hacer algo al respecto era Ana y, dudaba mucho que su voluntad no flaqueara a la hora de pararle los pies.

     Entré a mi habitación refunfuñando para mis adentros. Y una vez me deshice del vestido rojo y, sobre todo de los tacones, me puse a desmaquillarme. Concentrada en retirar todo el negro mapache de alrededor de mis ojos, estaba al mismo tiempo atenta a cualquier ruido sospechoso. Como aguardando a la presa. Sí sí, borracha y obsesa. Qué le vamos a hacer, era mi amiga y la quería. Estaba harta de que le hicieran daño y supongo que a eso he dedicado y dedicaré mi instinto maternal.

     Escuché la risa de Sandro proveniente del salón, hasta capté la última parte del chiste malo que había soltado Sergio, y después: silencio. Aproveché esa pausa para ir al baño a cepillarme los dientes, no soportaba tener la boca pastosa. Y a pesar del ruido de mi cepillo eléctrico sentí que alguien había cruzado el pasillo. Podía haber sido perfectamente Neo jugando con su ratoncillo rojo de juguete o incluso paranoias mías. Así pues, intenté alejar la idea de la cabeza y me dirigí de vuelta a mi habitación.


***

El marcapáginas del silencio.

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