lunes, 15 de abril de 2013



AL LEVANTARME...


     Al levantarme me sentía como si me hubieran dado una paliza. No podía estirar un sólo tramo de mi cuerpo sin que mi boca tuviese que ahogar una mueca de dolor. Ya no eran las agujetas que como mucho podía experimentar después de una noche movida. No. Era dolor. El dolor de un cuerpo magullado. Un dolor que al fin y al cabo si lo comparábamos con el psíquico se quedaba en bragas.

Me levanté a duras penas y efectivamente antes de meterme en la ducha comprobé que las quejas de mi cuerpo no eran sólo el producto o la defensa de mi mente: había dejado su rastro por mi piel. Las piernas, el abdomen, la espalda, los antebrazos, los hombros y el cuello. Oggg el cuello. No podía moverlo ni un milímetro sin notar como mis músculos y tendones se resentían. Puse un dedo sobre una marca dentada. ARGGG ¡mierda! Prefería que me hubiese mordido un puto vampiro.

Después de casi una hora conseguí salir de la ducha aunque no de mi ensimismamiento. Abrí el cajón izquierdo del armarito del baño y me maquillé lo mejor que pude las marcas del cuello. Sí, con eso bastaría. Ahora tocaba afrontar el día.




El marcapáginas del silencio.

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