lunes, 27 de mayo de 2013


SIEMPRE ME GUSTARON LAS ESTRELLAS

     Siempre me gustaron las estrellas, me fascinaba mirar al cielo y verlo lleno de millones de puntitos blancos. Aunque no las conociese, aunque no supiese hacer nada más que señalar con el dedo la que más brillaba entre todas …o al menos la que a mí me parecía que más brillaba en ese inmenso lago de aguas negras en que se convierte el cielo al caer la noche. Tan distinto al cielo que se presenta de día con las increíbles formas de las nubes juguetonas que siempre invitaron a mi imaginación. Siempre esas estrellas que sacaban a relucir una sonrisa en mi cara, maravillada por semejante espectáculo nocturno. Me daban paz. Te hacían sentir bien y olvidarte de todo aquello que pudiese haber a tu alrededor, de todo mal que estuviese al acecho para hacerte daño. Ya no había edificios, ni farolas, ya las luces artificiales no podían tapar su esplendor, no existía contaminación, sólo el cielo abierto, la noche, la luna como esa madre que vela por sus hijas en todo momento, las estrellas, esos fragmentos de luz que se quedan impregnados en ti, reflejados en tus ojos, en tu mirada. Son como sabios ancestros que han visto pasar ya todo suceso, que han estado  siempre ahí para contemplarnos igual que nosotros las contemplamos a ellas, viendo todo lo que hacemos a lo largo de nuestra vida, nuestros errores, nuestras virtudes, cada paso. Almas, espíritus, tan constantes, tan eternos… Cuando, en realidad, esa estrella que tanto brillaba y que nosotros habíamos señalado con el dedo, la cual nos preguntábamos qué sería en verdad ese cuerpo luminoso, simplemente no existe, tan sólo nos llega su luz, aunque se haya extinguido tal vez hace millones de años.


El marcapáginas del silencio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario