SIEMPRE ME GUSTARON LAS ESTRELLAS
Siempre me gustaron las
estrellas, me fascinaba mirar al cielo y verlo lleno de millones de puntitos
blancos. Aunque no las conociese, aunque no supiese hacer nada más que señalar
con el dedo la que más brillaba entre todas …o al menos la que a mí me parecía
que más brillaba en ese inmenso lago de aguas negras en que se convierte el
cielo al caer la noche. Tan distinto al cielo que se presenta de día con las
increíbles formas de las nubes juguetonas que siempre invitaron a mi
imaginación. Siempre esas estrellas que sacaban a relucir una sonrisa en mi
cara, maravillada por semejante espectáculo nocturno. Me daban paz. Te hacían
sentir bien y olvidarte de todo aquello que pudiese haber a tu alrededor, de
todo mal que estuviese al acecho para hacerte daño. Ya no había edificios, ni
farolas, ya las luces artificiales no podían tapar su esplendor, no existía
contaminación, sólo el cielo abierto, la noche, la luna como esa madre que vela
por sus hijas en todo momento, las estrellas, esos fragmentos de luz que se quedan
impregnados en ti, reflejados en tus ojos, en tu mirada. Son como sabios
ancestros que han visto pasar ya todo suceso, que han estado siempre ahí para contemplarnos igual que
nosotros las contemplamos a ellas, viendo todo lo que hacemos a lo largo de
nuestra vida, nuestros errores, nuestras virtudes, cada paso. Almas, espíritus,
tan constantes, tan eternos… Cuando, en realidad, esa estrella que tanto
brillaba y que nosotros habíamos señalado con el dedo, la cual nos
preguntábamos qué sería en verdad ese cuerpo luminoso, simplemente no existe,
tan sólo nos llega su luz, aunque se haya extinguido tal vez hace millones de
años.
El marcapáginas del silencio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario