Y quise seguirle secretamente como en un juego de niños.
Pero el parque era demasiado grande y en el fondo temía perderme. Mi sentido de
la orientación y yo nunca fuimos buenos compañeros. Aún así, en cuanto se puso
en marcha, mis piernas reaccionaron y mi ojo de lejos se puso a funcionar cual
ave que acecha a su presa desde la distancia. Él se movía resueltamente ajeno a
todo mundo exterior con sus auriculares, dentro de nada echaría a correr y yo
tendría que esmerarme en el arte del disimulo. Sin duda iba a ser una prueba de
resistencia en toda regla.
El marcapáginas del silencio.
Sería una buena introducción para comenzar a contar una historia.
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