Hundí mi nariz en su nuca, y fui rozando la punta en un ligero zig-zag descendente por su cuello. Paré justo en la vértebra que más tensaba su piel y la besé levemente como despedida. Al separarme un poco exhalé todo el aire que había reprimido inconscientemente. Y quise arañar los minutos para al menos quedarme con algo de aquel momento entre las manos. Para tener algo que llevarme a casa cuando de nuevo al pisar el portal me encontrase vacía. Para no tener que asirme a las sábanas cuando la misma pesadilla me asaltase de madrugada como cada día.
El marcapáginas del silencio.
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