domingo, 16 de febrero de 2014

MANGOSTA II

     Huele a lilas en el salón. Me acerco al jarrón de cristal que sostiene el ramo y empiezo a pasar los dedos por las figuras en relieve. Finalmente levanto una mano y acaricio sus pétalos quedándome una vez más impregnada de su aroma. Estas flores nunca dejarán de recordarme aquel día. Absorta en mi propia película de olores de repente toco algo que no se corresponde con el tacto que yo esperaba y lo saco para estudiarlo. Un sobrecito minúsculo de color azul en el que se aprecia claramente con tinta negra y cuidada caligrafía: "El lince".


     "El lince" ese mismo nombre con el que se levantaba entre ceja y ceja Nabor. La siesta en la vieja mecedora de madera no le había hecho ningún favor; se sentía como si le hubieran clavado todas y cada una de las astillas mientras duraba la pesadilla. Se secó el sudor con el puño de la manga y echó mano al bolsillo de la camisa, la bala seguía ahí. Con un gesto rápido se levantó y entró a la cabaña. Tendría que empezar a borrar todo rastro si quería que se tragaran que no había habido un alma por la finca.

El marcapáginas del silencio.

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