sábado, 8 de febrero de 2014

MANGOSTA

     Pensó en matar el tiempo con balas de plata; ni que éste se tratara de un hombre lobo. Cogió una y sujetándola firmemente con el primer y segundo dedo se la puso a la altura de los ojos y miró su reflejo distorsionado sobre ella. Medía unos dos centímetros y medio y sin embargo podía perforar la piel de un hombre en tan sólo un segundo. Luego de esto, se recostó sobre la mecedora de madera sin apartar la mirada de la bala y dejó caer sus pesadas botas encima de la barandilla del porche. Acto seguido pensó divertido que si su abuela viviera no tendría campo para correr.

     Atrás quedaban ya esos tiempos, demasiado había llovido y demasiado barro había quedado en el ahora que le tocaba vivir. Y no se refería al barro de la misma calaña que el que había pegado a su botas, sino a toda esa inmundicia que acaban acumulando los hombres.

     Saliendo de sus recuerdos, "El Mangosta"  echó un último vistazo a la bala repasando con el pulgar encallado las muescas de la base y la guardó en el bolsillo izquierdo de la camisa vaquera. Mañana por fin le daría uso.


El marcapáginas del silencio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario