Decidí matar el tiempo saltando
tus lunares, como si de nenúfares gigantes sobre un lago de agua clara se
tratara. Pero la distancia entre unos y otros era demasiado grande y caí; me
precipité bruscamente sobre ese desierto llano que era tu piel. Y ahora sigo
atrapada en ella, cubierta de polvo, luchando por encontrar el camino sin
brújula ni destino. Cuando quise avanzar quedé retenida en uno de sus millones
de poros que hacían las veces de arenas movedizas. Llegó un momento en que el
lodo cubría ya las ¾ partes de mi cuerpo, me faltaba movilidad y aliento. Quise
gritar, que me sacaran de allí, pero ya no había manera de escapar. Entonces en
mi última bocanada de aire desperté, con un sudor frío sobre la almohada y mis
manos aún retorciendo la sábana. Al ubicarme entendí que no habías sido tú el
que se había dormido dándome la espalda, sino que era yo la que se había
quedado dormida inmersa en ella. Soñando tal vez, algún día, con poseerla.
El marcapáginas del silencio.
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